„Los documentos de los Concilios Limenses, todas las fuentes que trataron sobre “idolatrías” y, desde luego, los documentos ARSI, afirman unánimamente que la mayoría de los indios aborrecían la idea que se inhumara sus muertos en la iglesia. Varias fuentes señalan, a la base de esta incompatibilidad, la idea que la tierra “aplastaba” los difuntos. Esta puede haber sido una de las razones por las cuales los indios, hasta bien entrado el siglo XVII, sacaban a escondidas sus muertos de los cementerios cristianos para transladarlos en los mach’ay, o en los lugares sagrados de las huacas, o en los edificios sepulcrales junto con sus ancestros. Lo cierto es que ésta no ha sido la única razón para ello. La razón principal, creemos, hay que buscarla en la idea arcaica que el doble anímico del difunto -el “camaquenc” / *kamaqin o *hupani- quedaba estrictamente relacionado a la conservación de sus restos. A este fin se usaban, sólo para los difuntos principales, técnicas básicas de momificación y se empleaba un riguroso cuidado en la conservación de los cuerpos.
En el Perú prehispánico, como en el antiguo Egipto, la momia brindaba al doble anímico un soporte en el cual el *hupani se “fijaba” como había hecho en vida en el receptáculo de su cuerpo. La momia garantizaba la presencia del espíritu del ancestro dentro de la vida diaria de sus descendientes asegurando el control de tres funciones esenciales: los ciclos vegetales,- la
reproducción del linaje,- la continuidad de la identidad cultural.
Por otro lado, el *kamaqin necesitaba ser “alimentado” periódicamente mediante sacrificios y ofrendas que se llevaban a cabo en el marco de grandes fiestas colectivas, familiares, ciánicas o étnicas de acuerdo a la jerarquía del mallki. Estas incluían la recitación de las hazañas del difunto y la ejecución de danzas. Todo esto era muy díficil, o imposible de realizar en las iglesias. El mallki no era solamente un espíritu hambriento y sediento, una larva potencialmente peligrosa si se descuidaban las debidas ofertas. Era en primer lugar el símbolo tangible de la identidad física y cultural de la familia y del clan. Las momias de los principales ancestros participaban a las fiestas colectivas de la liturgia anual,- eran llevadas en andas por las sementeras,- eran consultadas por los sacerdotes en momentos de necesidad. Su misma presencia en el espacio vital de la colectividad, y las fiestas que se celebraban alrededor de sus momias, “culturizaban” la muerte: permitían el control ritual de lo incontrolable consolidando, al mismo tiempo, la unidad del clan“.
La Cosmovisión Religiosa Andina en los Documentos Inéditos del Archivo
Romano de la Compañía de Jesús (1581-1752)
Mario Polia Meconi. PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ
Fo n d o Editorial 1999